LOCA POR EL FÚTBOL
Por que el fútbol somos todos
Muchas personas se agolpaban en la reja de la tienda de la esquina. Recuerdo el desteñido letrero rojo y blanco con las letras amarillentas que anunciaban el nombre de aquel lugar en el barrio Las Brisas de Medellín: “Granero Los pecosos”. Doña Blanca buscaba arepas para el desayuno del día siguiente, Albeiro “El negro” compartía unas cervecitas con las estrellas del balón local, un grupo de “rodillones” entre quienes estaba mi hermano Juan Carlos o Guasy como le decían, quien con piedras como portería solía organizar “picaitos” en la vía pública, a pesar de la rabia que les causaba a algunos conductores de bus al tener que dar la vuelta por otra calle, porque los muchachos estaban en su campeonato.
En esa reja también estaba yo, que intentaba comprar un cono de helado. No había fila y don Mariano atendía a su antojo al que le pareciera: “¡A ver! ¿Usted que necesita?” Y la gente pedía dulces, leche, huevos, jabón, un cono… Al fin, llegó mi helado de ron con pasas cuando un vecino interrumpió su charla apasionada y mirándome, me dijo:
– ¿Si o qué monito que como el Verde no hay dos? El hombre volvió su mirada al televisor que colgaba de la pared de la tienda, luego me miró y me pregunto: ¿O usted es hincha de qué equipo?
Yo lo miré con una sonrisa apenas firme, y con las cejas alzadas como enarbolando un bulto de dudas y le dije que yo no sabía de eso, que mi papá era del Nacional y mi hermano y mi sobrina del Medellín.
– ¡Sí guevón!, ¿pero usted de que equipo es?
Para salirme del apuro solo se me ocurrió decirle que era del “otro equipo”. Una avalancha de carcajadas, incluidas las mías, se pudo escuchar en la tienda. Con esa los dejé fuera de lugar y seguí mi camino helado en mano y libre de hacer parte de una hinchada en particular.
Esa no fue la única vez que alguien me preguntó cuál equipo me gustaba o quién jugaba hoy, a qué hora era el partido o cuál había sido el resultado final. En todos los casos me sentía muy extraño. Al parecer, por ser hombre tenía cierta obligación social de saber de fútbol y la verdad es que de lo que yo sabía era de reinas. A mí, que me preguntarán por Michelle MacLean la mona que le ganó a Paola Turbay en Miss Universo 1992 o por Carolina Gómez, Lizeth Maecha o hasta por Doris Gil Santamaría, pero si me mencionaban a Pelé, a Zinedine Zidane, Günter Hermann a Roberto Baggio, yo quedaba en las mismas.
Papá, hincha del Atlético Nacional y ex policía, siempre ponía los partidos los domingos y yo no entendía porque si el partido lo presentaban por la televisión, él quitaba el volumen y prefería escuchar la radio, en la que yo desde mi habitación alcanzaba a escuchar los más extraños gemidos, alaridos y gritos extenuantes, apasionados y febriles del locutor, a los que mi padre se unía de vez en cuando si había un gol, una jugada cercana al gol, una supuesta injusticia o una mala decisión del árbitro. Expresiones como dale, dale, dale, esoooo hijuemadre, uyyy, pasala, pasala, Dios mío, que pite yaaaa, hombre me va a dar algo, falta, falta, ¡eso es falta! y la inolvidable Gooooool se metían en mi vida sin permiso mientras yo leía o intentaba hacer coreografías con las canciones de Ace of Base.
Yo creo que Aurelio mi padre notó mi “maricada” cuando prefería no acompañarlo a ver los partidos y en vez de balones o uniformes pedía patines o paseos. Aunque les confieso que el fútbol seguía metiéndoseme por los ojos: Era el año 1990 y todos en el colegio, en el barrio, en los medios hablaban de Italia 90. Yo seguía firme en mis asuntos, pero la pelota seguía en mi cancha. Recuerdo que tenía 13 años y pedí a mi mamá los cuadernos. Yo quería los que traían a Chayanne en la portada, ese puertoriqueño sin camisa y con un chalequito negro y pañoleta que te miraba con esa sonrisita… ¡Pero no!, al niño le compraron los cuadernos de la selección Colombia y tocó conformarme con las bellezas de Carlos el Pibe Valderrama, Leonel Álvarez y Fredy Rincón. Y aunque pierna sí había, no era lo mismo estudiar matemática viendo a Chayanne que viendo al Tino Asprilla o a Arnoldo Iguarán.
A esa edad, como parece obvio, los “pelaitos” del barrio organizaban los partidos y la emoción del Campeonato Mundial se respiraba por todas partes. Para no quedar mal yo me turnaba y jugaba “mamacita” con Ana Lucía, Clara y Sarita las amiguitas del barrio, un juego de roles donde cocinábamos, cargábamos a los bebés, lavábamos la vajillita de plástico y éramos muy felices, pero también jugaba fútbol con Juan David, Nelson Enrique y Beto. ¡Sí! Jugaba, pero de arquero porque para las demás posiciones era muy malo. En el arco me iba bien y en ese pedacito de cancha en la calle empolvada del barrio, me sentía incluido, un viajero hacia un universo paralelo donde era visto como otro niño igual y no como el mariquita, “dañadito”, mariposón o “voltiao” que jugaba con muñecas. El arco me gustaba y más cuando tapaba los balonazos que lanzaba Anderson o Yeison, que eran los que más se reían de mí.
En ese momento tapar era mi escudo, mi forma de defensa en el partido de la vida que aún reza que ser distinto está mal, que solo hay ciertas formas válidas de amar, se caminar, de vestirse, de hablar, de creer… como si este juego solo tuviera una táctica inamovible y cristalizada que si te atreves a contradecir, te somete a ser expulsado del partido, vendido a la selección del olvido o del rechazo. Tácticas de bloqueo a lo diverso basadas en miedo, zancadillas y juego sucio que buscan tirar a la grama a quien juega de otra forma.
No obstante, allí estaba yo plantado en ese partido que se alegraba con momentos inolvidables como el afortunado hecho de que en el barrio Las Brisas se veía de vez en vez al ídolo René Higuita, que al parecer tenía amigos o familiares en un segundo piso de una casa grande ubicada en una equina de la calle 114, donde los niños y los adultos nos reuníamos a mirar para el balcón y a gritar ¡René, René, René! Él salía y recuerdo que en una ocasión repartió dulces desde ese balcón y los niños se emocionaban tanto, como cuando años más tarde Walter el vecino del frente llegó feliz porque había visto a Totono Grisales en Las Cabañitas, un barrio del municipio de Bello cercano al nuestro y por donde luego todos pasábamos para ver si teníamos la suerte de encontrarnos con Totono y que nos pudiera autografiar la camiseta o cualquier pedazo de papel.
Ahora que lo pienso, de niño nunca tuve una camiseta de algún equipo de fútbol ni quise tenerla, tampoco veía Los Super Campeones porque de plano prefería a las Sailor Moon. Fue solo hasta que estuve adulto que compré la camiseta roja de la Selección Colombia para irme de festa con mis amigos y amigas a ver en el bar más animado los partidos. Roja como la primera camiseta de mi sobrino Emmanuel, hincha del Deportivo Independiente Medellín como su papá, hasta que un día llegó a la casa y le dijo a mi hermano que le comprara la camisera del Atlético Nacional. Eso sí que fue un acontecimiento familiar. Pero ¡cómo el niño se nos iba a voltear pal otro equipo! No el mío, no ¡Tranquilos! Emmanuel ya no quería ser del DIM y por más que el papá lo trató de convencer, la decisión ya era firme y la razón clara: “Yo quiero ser hincha del Nacional porque todos mis amiguitos son hinchas del Nacional”. Así que la cancioncita esa pegajosa que a mí me gusta y que dice: “Jugando fútbol del bueno, el poderoso no engaña, de Moreno a Comesaña de Comesaña a Moreno…” Fue cambiada por otra melodía sabrosa que dice: “Ahí salen los duros, llegaron los fuertes, se visten de verde ¿qué equipo será?…”
Al fin y al cabo el fútbol debe ser fiesta y el cambio de equipo y de canción no implica que la fiesta pare. Eso lo entendió mi hermano, los disfrutó más mi papá con su nieto, nuevo hincha de su equipo, y yo lo vi con alegría desde la distancia.
Así como Emmanuel decidió a qué equipo seguir, Y eso me gusta del fútbol, todos juntos y juntas sin importar nada más que la alegría….Hoy sigo sin saber mucho de futbol, pero lo que tengo claro es que cada ser humano debería gozar de su derecho a elegir su camino, su tribuna y su trapo favorito, porque en últimas somos de un mismo equipo: ¡La común humanidad!, una hinchada llamada a hacer la barra del bienvivir, de la solidaridad, del respeto, de la naturaleza, de la niñez y de la vejez digna, a cantar y celebrar con el otro, ese diferente a mí, a meter goles a la indiferencia y a la pobreza material y espiritual, a sacarle tarjeta amarilla a la indolencia y tarjeta roja a la ira y la desesperanza, a cobrar penaltis para sacar ventaja contra el egoísmo, a componerle himnos a las segundas oportunidades, a cobrar tiros de esquina y romper el arco de la vanidad, a dar la vuelta olímpica por la reconciliación, a hacer la ola por la vida y a levantar la copa de la alegría.
Vamos a ver todos esos partidos en esquinas, estadios, canchas de barrio o de pueblo, pongámonos la camiseta y los guayos, pintémonos la cara, toquemos la corneta, cantemos, saltemos, hagamos la fila en paz, abonémonos con esa causa, invitemos a nuestros amigos a ver el juego, no veamos a los del frente como enemigos, porque ellos viven la misma fiesta, abracémonos cuando haya gol, pero también cuando no haya, miremos al cielo y gritemos por nuestro equipo gane o pierda, cometa errores o no; seamos nuestros propios árbitros, pero evitemos los juicios y aún más los prejuicios, armemos una buena selección en el colegio, la oficina, la cuadra, el barrio, la ciudad, vámonos de rumba luego del partido, pero recordemos que habrá otros juegos y que nuestra familia y amigos nos querrán ver en él.
Eso me gusta del fútbol, la forma de celebrar, las canciones, los tambores, los hinchas, las olas y arengas, pero sobre todo la pasión por un deporte que tiene el potencial de unir al mundo. Por eso no comprendo como a veces puede volverse un escenario de odio y rivalidad, de duros juicios e incluso de muerte. Para eso no se hizo esto ¡No! Me resisto a creerlo y ondeo mi bandera colorida por que no sea así. Si bien nunca he ido al estadio, soy hincha y no crean que solo me gusta el intercambio de camisetas o las piernas de los jugadores, aunque feliz iría a un partido con una nómina conformada por Felipe Aguilar, Sebastián Pérez, Matheus Uribe, Mao Molina y dirigida por Juan Pablo Ángel. ¡Es solo un chiste! Sí, soy loca como dirían despectivamente algunos… lo que no saben es que soy una loca por la vida, por la celebración, por la paz, por la diversidad, por la esperanza ¡Una loca por el fútbol!
Pasa el tiempo y sigo cediendo terreno para darle más espacio a este juego que cultiva tantas sonrisas en hombres y mujeres del mundo, que nos une en tribunas a cantar, a soñar, que pone a bailar de alegría a abuelas y nietos, a padres y hermanos, a los del norte y los der sur, que llena de amigos y vecinos la sala de la casa y la tienda de la esquina como la de Los Pecosos, que motiva al taxista a conversar con su pasajero, que pone el corazón a mil. Por eso cuando hoy me preguntan ¿Dónde vas a ver el partido? ¿A qué horas es el partido? Sigo sin la información, pero tengo la certeza que da la alegría de saber que al menos seguimos jugando.
Por:
Andrés Mauricio Marín Correa
Director Caballito de Mar